
POR: MARÍA LUCÍA OVALLE
¿Quién soy yo cuando leo?
¿Quiénes somos nosotros cuando leemos?
¿Dónde estamos y en qué tiempo? ¿Con quién?
Marina Garcés
Con la transformación de los ritmos y rutinas durante estos meses de confinamiento, hemos vuelto a poner la mirada sobre ciertas dinámicas de nuestra cotidianidad que durante la vida pre-pandemia solíamos dar por sentadas sin preguntarnos por su valor o su importancia, tanto en nuestros escenarios personales como colectivos. Hemos vuelto a preguntarnos por la relación que tenemos con nuestros espacios domésticos y las maneras de habitarlos, por el tiempo que dedicamos al trabajo, al ocio y al autocuidado, por la fragilidad y la muerte como realidades constitutivas de la vida, entre muchas otras inquietudes que vuelven durante esta temporada intempestiva. Y, entre esas preguntas, hemos vuelto a revisar nuestras maneras de interactuar con las distintas producciones culturales a las que tenemos acceso y el lugar que les damos en nuestro día a día.
Han sido muchas las reflexiones que estos tiempos han suscitado sobre el valor social del cine, el teatro, la música, la lectura; bien sea por la sensación de falta que hemos sentido al no poder asistir a eventos como festivales o conciertos, o por la sensación de bienestar que, en medio de la incertidumbre, hemos encontrado viendo una película, escuchando un disco, o leyendo un libro. Me interesa, aquí, seguir pensando sobre nuestras experiencias de lectura, no solo porque es un tema que interpela las actividades a las que me dedico, sino porque considero que es un diálogo necesario de dar en este territorio nuestro tan, aparentemente, poco lector. Y porque pensar sobre la lectura, más allá de este contexto de pandemia, puede abrir debates relacionados con nuestra historia, nuestra cultura, nuestra educación, con la construcción de ciudadanía, con la veeduría de las instituciones públicas, entre muchos otros temas de interés común.
Quiero aclarar desde dónde pienso la lectura al momento de hablar y escribir sobre ella. Siguiendo a Diana Guzmán, investigadora de la historia de las prácticas de lectura en Colombia, parto de que la lectura es una práctica cultural que se vincula con un ecosistema social, económico e histórico[1]. Es decir, que no es una práctica ajena a las dinámicas de nuestra cotidianidad, ni que sucede en nuestra vida por suerte o por azar, sino que está interrelacionada con múltiples factores del mundo que habitamos, desde el lugar en el que nacemos y la familia en la que crecemos, hasta los gobernantes que elegimos. En este sentido, la lectura se vincula tanto con nuestras vivencias individuales, como con nuestras experiencias colectivas. Continuando con Diana Guzmán: “Leer es habitar el mundo, preguntarse por él, cuestionarlo e incluso generar lugares de resistencia”. Me parece importante, entonces, partir del carácter público y político de la lectura, y reconocer el potencial que tiene para propiciar la construcción de opinión, la circulación de las ideas y el debate público. Haciendo eco del lema “lo personal es político” –una de las tantas nociones fundamentales que nos han legado los movimientos feministas– insisto aquí, como ya lo han dicho otras: la lectura es política.
Pero, además, la lectura es una práctica afectiva; una práctica que, aunque suceda de manera individual o colectiva, implica un encuentro, un vínculo, una complicidad con esos mundos a los que accedemos cuando leemos, y con las personas con las que compartimos esa experiencia; una práctica desde la que imaginamos, comprendemos, reconocemos y ampliamos la idea de nosotras mismas y de les otres, y las múltiples posibilidades de ser en el mundo, de habitarlo y habitarnos.
Habiendo dicho esto, me pregunto: ¿cuál es la relación que tenemos con la lectura en nuestro territorio? ¿Cómo vivenciamos estas prácticas políticas y afectivas y qué ha pasado con ellas durante estos tiempos de pandemia?
Según la Encuesta Nacional de Lectura, ENLEC, del 2017, en Bucaramanga leemos un promedio de 4.7 libros por persona al año. Y aunque en nuestros tiempos la lectura excede al libro y abarca muchos otros formatos, me queda la inquietud sobre por qué, según estas cifras, somos una ciudad tan poco lectora. Más allá de las motivaciones e intereses personales que podamos tener respecto de la lectura, hay condiciones de accesibilidad, disponibilidad y mediación que influyen en la formación de nuestros hábitos lectores como, por ejemplo, los planes nacionales de lectura, las políticas departamentales, los escenarios de lectura locales, entre otros. En una sociedad como la nuestra, con profundas desigualdades sociales y económicas, vale la pena preguntarnos por estas condiciones. Por el rol de las instituciones y organizaciones en la tarea de democratizarlas, por los planes y proyectos que llevan adelante para propiciar el encuentro con la lectura y, a su vez, por nuestra participación y vinculación como ciudadanía frente a estas propuestas.
Quiero compartir un par de comentarios sobre el trabajo de mediación de lectura de algunas instituciones públicas y de algunas iniciativas independientes de Bucaramanga y su Área Metropolitana. Me gustaría que estas ideas deriven en conversaciones que contribuyan al fortalecimiento de nuestros escenarios culturales para la lectura, y de los sujetos y comunidades lectoras de nuestros municipios.
De entrada, celebro la reinauguración de la Biblioteca Pública Gabriel Turbay y los esfuerzos destinados a revitalizar esta institución cultural en nuestra ciudad. Considero que, aunque no es una condición suficiente, sí es una condición necesaria que existan instituciones públicas que propicien la participación y el encuentro de la ciudadanía alrededor de la historia y la palabra. Sin embargo, y en sintonía con los retos y aprendizajes de estos meses de confinamiento, diría que no se trata únicamente de los edificios, las tecnologías, los catálogos y las colecciones que una biblioteca salvaguarda para su comunidad, sino de la mediación que esa comunidad necesita para interesarse en la lectura; que se trata de ir más allá de la biblioteca como espacio para los libros, y más acá de las bibliotecas como espacios para la gente; de ir más allá del libro como el dispositivo cultural por excelencia para la lectura, y más acá de los muchos otros formatos, soportes e ideas que pueden hacer de la lectura una práctica cercana y cotidiana; de ir más allá de los servicios y más acá de las experiencias y encuentros –presenciales y virtuales– que puedan ser significativos para tod@s.
Iniciativas como el programa de Lectura, Escritura y Oralidad, LEO, de la Gabriel Turbay, o su articulación con La Cultural 100.7 f.m., por ejemplo, son pasos encaminados hacia estos rumbos. Me sigue quedando la pregunta sobre cómo pueden repensarse los alcances de esta institución, de manera que las administraciones y divisiones municipales no resulten limitantes y la Biblioteca pueda ampliar el acceso a sus propuestas para toda el Área Metropolitana, teniendo en cuenta que no abundan las bibliotecas en nuestros municipios.
Me parece que el Centro Cultural del Banco de la República lo entendió mejor y que su oferta de talleres y contenidos ha sabido acompañar estos tiempos de virtualidad en la formación y en la curiosidad lecto-escritora, artística y cultural. Hoy por hoy, podemos participar tanto de la programación de la sede de Bucaramanga, como de las actividades de sus distintas sedes a nivel nacional. Poder acceder a ellas, sin importar el lugar en el que se esté, contribuye a la tarea de ampliar los escenarios para la lectura. En este caso, me sigue quedando la inquietud sobre cómo contribuir a la democratización de lo digital para las distintas poblaciones. Sin duda, los retos no son pocos.
Y pienso que uno de los grandes retos nos corresponde a nosotr@s, habitantes de este lugar potencialmente lector: ¿cómo nos estamos vinculando con estas propuestas? Uno de los factores más importantes para que sigamos fortaleciéndonos en cuanto a escenarios culturales y artísticos es, como se dice comúnmente, “ser público”. Es decir, apoyar, participar, vivir y retroalimentar las propuestas existentes en la ciudad y sus municipios. Pero, además, considero que es muy importante que seamos una ciudadanía activa que proponga y construya nuevos espacios culturales para el encuentro con la lectura, la escritura y la circulación de las ideas al respecto de estas experiencias, entre otras.
Aquí quiero mencionar algunas iniciativas independientes de la ciudad que se han organizado alrededor de este propósito, en las que el carácter político y afectivo de la lectura es esencial, y que nos invitan a vivirla no solo como una práctica recreativa y un bien de consumo, sino como una experiencia para propiciar la reflexividad sobre nosotr@s y sobre el mundo, y la transformación de nuestras realidades más inmediatas y concretas: @Editorial Pabellón 6, @Ediciones Corazón de Mango, @Derrames Editoras, @Oli Fanzine, @Los comics son buenos, @Librería La Cingla, @FLIA Bucaramanga, @La Hormiguera – biblioteca popular, @Lectopaternidad. Tanto desde sus líneas editoriales, sus formatos y programaciones (presentaciones de libros, charlas, talleres, ciclos de lectura, entre otros encuentros alrededor de la palabra), estos proyectos trabajan por democratizar los medios y los escenarios para la lectura, por transformar las prácticas de lectura de nuestro contexto local y, en ese sentido, son fundamentales para el bienestar de nuestro territorio. Invito a que seamos comunidad de estos proyectos –y de los muchos otros que existen y existirán– y a que nos fortalezcamos mutuamente, desde la lectura y todo lo que deriva de ella.
Algunas veces, al hablar sobre la lectura, siento que insisto en lo obvio. Luego me pregunto qué tan obvio es, realmente, y para quién, y entonces continúo: las experiencias políticas y afectivas de la lectura amplían nuestra mirada y nuestra sensibilidad, cuestionan nuestras certezas, nos desarman y nos ayudan a volvernos a armar. Como leí que alguna vez dijo Consuelo Gaitán, ex directora de la Biblioteca Nacional: “No se trata de la lectura en sí misma, sino de la manera en que la lectura redunda en el pensar y el actuar de quienes pueden acceder a ella”.
Leer es muchas cosas, entre ellas la posibilidad de hacernos preguntas. Quisiera que este texto brinde esa posibilidad, y que en esta experiencia de lectura resuenen, entre otras, las preguntas de Marina Garcés, filósofa y ensayista española, en su texto Lectura y comunidad: “¿Quién soy yo cuando leo? ¿Quiénes somos cuando leemos? ¿Dónde estamos y en qué tiempo? ¿Con quién?”. Que esta reflexión sea una oportunidad para pensarnos e imaginarnos como sujetos y comunidades lectoras, y que a través de la lectura podamos ensayar nuevas formas de seguir en contacto con el mundo, este mundo nuestro, tan inmediato y distante a la vez.
[1] Esta idea la tomo de su libro La lectura en Colombia: formas de estudiarla y promoverla (Filomena Edita, 2019) que pueden conseguir en Librería La Cingla.
Sobre la autora:
María Lucía Ovalle (@ma.lu.ovalle) es comunicadora social y periodista, magíster en sociología de la cultura y análisis cultural, co-fundadora y editora del proyecto editorial @derrames_. Desde hace varios años se dedica a la gestión de proyectos culturales enfocados en la promoción de la lectura, la escritura y la edición independiente, y a la investigación sobre las prácticas de lectura, escritura y construcción de ciudadanía en Colombia. Actualmente trabaja como mediadora de lectura en una biblioteca escolar y escribe.