De “piedras de tropiezo” a lujuriosas por sus derechos

Por: Yira Miranda Montero

La ciudad bonita, apodo que contrasta con los olores nocturnos a huesos quemados y lixiviados de las basuras producidas durante el día, se hizo viral “en redes sociales” durante el confinamiento por casos específicos de clasismo, arrogancia, machismo e insensibilidad social.

Han pasado algunas semanas desde que fue tendencia un video de alguien diciendo que por como iban vestidas, las mujeres “provocaban” a los hombres y se convertían en “piedra de tropiezo” para ellos. Actualmente, una agrupación local de mujeres llamada Enkelé lanzó su nuevo sencillo titulado “Lujuria en la rueda” y, sin querer tal vez, contesta a la que aún es una cultura machista en nuestra ciudad. 

Eso somos también en lo local y es vital reconocerlo pronto para salir de la negación en la que hemos caído y así, quizás, poder trabajar en pedagogías de desaprendizaje y reaprendizaje sobre cómo relacionarnos de maneras no violentas, respetuosas de la dignidad de cualquier persona sin importar su clase, raza, orientación sexual, religión y/o creencias que no atenten contra la integridad humana, individual o colectiva. 

Efectivamente, somos más que corporalidades. Sin embargo, el cuerpo es el lugar desde donde experimentamos el mundo de maneras diversas. Que se vuelvan virales discursos de este tipo, discursos machistas, dice mucho de nuestra sociedad bumanguesa. Que hagamos tendencia un discurso que legitima el acoso y abuso sexual sobre los cuerpos de las mujeres implica que debemos seguir trabajando en cambios culturales profundos que están relacionados con la educación que hemos recibido. Claro está, muchas personas salieron a expresar su descontento por los comentarios de un hombre secundado por una mujer que, en una transmisión, autorizan a su público a creer que la forma en que se visten las mujeres permite opinar, tocar, “salirse de control” y “desescalar” la propia naturaleza de animales sociables y racionales que somos. 

No sé qué más podemos estar inventando para justificar la violencia contra las mujeres; cuántas excusas y disculpas tendremos que seguir escuchando luego de tremendas opiniones lanzadas al aire en un departamento que, durante el periodo del confinamiento, registra cinco feminicidios y más de 119 casos a nivel nacional según la Fundación Feminicidios Colombia. El dato más preocupante es que no es en la calle donde ocurrieron los hechos de violencia; fue en sus casas, ese lugar que, se esperaría, fuera seguro. 

Activistas, académicas y organizaciones de mujeres consideran que la violencia sobre las corporalidades feminizadas es evidencia del poder que otros tienen para decidir, acosar, abusar, tocar y asesinar como forma de controlar todo aquello que se salga de la norma. Para el video viralizado que mencioné anteriormente, controlar cómo deben vestirse las mujeres, “las de bien”, las que se pueden manejar, someter, corregir. Porque las mujeres no son dueñas de su propio cuerpo; son las “propiedades” de otros. Esto es lo que nos han enseñado y repetido durante mucho tiempo. 

Existen palabras que vale la pena revisar para rescatar de ellas su propio significado. Al mismo tiempo, esto nos da espacio para la crítica, pues debemos darnos cuenta de que muchas de las concepciones que tenemos han sido moldeadas por la iglesia, e incluso la RAE no se escapa de conceptualizar palabras a fuerza de costumbre y uso cultural.

Volvamos a “lujuria en la rueda”, una canción en ritmo de bullerengue. Una canción que busca provocar: “Qué tanto hay en tu mente que es un enigma pa’ mi, dime cuántas fantasías quieres tener junto a mi”. Sí. Pero sobre todo, provocar cuestionamientos, cambios, conciencia. Usa la palabra lujuria para referirse al exceso o demasía en algunas cosas y reafirmar que las mujeres podemos y deseamos hablar del erotismo, de la sensualidad en las músicas de tradición oral, del disfrute y goce de nuestros derechos sexuales y el consentimiento que debemos practicar en nuestras relaciones, decisiones y corporalidades: “Como el vaivén de las olas tú a mí me haces sentir, mezcla de vinos y aromas resuma mi piel por ti”.

Dicen quienes se han atrevido a escribir sobre las músicas de tradición oral que “el bullerengue con sus valores autóctonos ha ayudado a romper esa percepción colonialista, prejuiciosa y generalizada que las músicas afrodescendientes se relacionaban con lo vulgar, lo erótico, y lo violento” (Valencia, 2015 citado en García 2016, p.17). Sin embargo, a ritmo de tambor, llamador, totuma, palmas, coros y todo un ritual al dolor, a la fertilidad, la soledad y también al disfrute, muchas mujeres empezaron a crear estas noches de bullerengue para salir de sus rutinas cotidianas, usar sus cuerpos como sujetos hablantes de las sensaciones que les producía un embarazo, la menstruación, el erotismo, la viudez, la sensualidad o la vejez. 

A pesar de que el reguetón, en su mayoría, ha cosificado el cuerpo de las mujeres, y de que muchas otras expresiones artísticas tampoco se escapan del machismo encarnado culturalmente en casi todas las esferas del mundo social, nuestras corporalidades feminizadas siguen enfrentando fuertes críticas cuando somos nosotras mismas quienes decidimos cantar, bailar o hablar de lo que queremos y cómo lo queremos en el plano de lo sexual y el reconocimiento de nuestro cuerpo como potencia. Porque la encarnamos; encarnamos la lujuria. 

En cuanto al bullerengue, este tiene las mismas pulsaciones por minuto que el reguetón, sin embargo, hace parte de las músicas de tradición oral que no tienen tanta popularidad. Soy cantadora en la agrupación Enkelé y creo firmemente en que estas músicas nos pueden ayudar a crear una cultura local más creativa, respetuosa y crítica. 

Participar en el proceso de escritura colectiva de esta canción me dio una perspectiva de lo que ella significa: liberación. Y en palabras de la intérprete, Camila Pedrozo Zambrano, esta canción nos invita a explorarnos, a hacer memoria de los momentos apasionantes e inolvidables que vivimos, a pensar en lo importante que es nuestra sexualidad y la responsabilidad que tenemos ante ella, a decidir experimentar cada momento de lujuria que nos hace sentir más seguras de nosotras mismas y a agradecer por ser mujeres; a reivindicarlo. Porque también nos han enseñado que ser mujer no está relacionado con el placer. 

Y me sumo: no somos la “piedra de tropiezo” en el camino de nadie. Como mujeres, queremos ser respetadas en nuestro espacio personal, privado y público. Que deseamos, amamos, pensamos, sentimos y no consentimos el acoso y el abuso de ningún tipo o bajo justificaciones de ninguna clase. Si tus creencias te llevan a excusar la violencia hacia las mujeres o hacia cualquier ser humano, entonces debes empezar a reevaluarlas y transformarlas. ¿Será posible cambiar esa cultura local?


Referencia bibliográfica 

Valencia, Guillermo. Entrevistado por Manuel García Orozco. Palenquito (Bol). 12-13 de enero de 2010. 10-16 de Noviembre de 2015.

Enkelé. (2020). Lujuria en la rueda. [Sencillo en plataformas digitales]. Bucaramanga, Colombia.: Javier Casanova Producción musical. Consultado en https://www.youtube.com/watch?v=iOHG88qcOTk 


SOBRE LA AUTORA:

Yira Miranda (@yiramirandamont) es profesional en Trabajo Social de la Universidad Industrial de Santander, directora regional de la Fundación Lüvo, investigadora en feminismos descoloniales, construcción de paz y reconciliación y cantadora del grupo Enkelé – voces y tambores, con el que intenta comunicar los alcances del pensamiento descolonial y sus cambios culturales.

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