
POR: CARLOS ULLOA
Si la filosofía no nos hubiera enseñado a mirar con sospecha nuestros paisajes más cotidianos, hoy tal vez seguiríamos alentados por la tranquilidad que nos brinda “la normalidad” y no habríamos aprendido a desconfiar de todas las prácticas que a fuerza de repetirse “se normalizan”. Lo normal es lo conocido, el suelo cotidiano por el cual nos movemos: la rutina, la familiaridad. Lo normal es lo que no nos sorprende, lo que no nos hiere, lo que no nos indigna. Lo normal es el estado basal de nuestras emociones, deseos y expectativas. De allí que lo normal tenga como función aplacar la curiosidad de la conciencia, nuestra atención y nuestra sospecha; de allí que lo normal no se perciba sino hasta que la crisis rasga su denso velo y deja traslucir entonces su secreto, es decir, cuando sale a flote todo eso que la normalidad muy bien esconde en su interior.
Considero entonces que cuando hablamos de la “nueva normalidad” estamos haciendo un mal uso de la expresión, motivados acaso por el anhelo de ver superada la aguda crisis social y de salud que hoy atravesamos. Es evidente que falta mucho para que una nueva normalidad se imponga de forma cabal, para que los ánimos se calmen, para que la vida pase ligera y casi imperceptible en la monotonía de los días. Por el contrario, lo que vivimos hoy son días y noches de dolorosa lucidez que van a estallar en los clamores sociales de las calles, o en las frustraciones silenciosas del confinamiento; en la parálisis de quienes vieron sus sueños truncados, o en la tristeza de quienes sintieron que despedían a sus seres queridos antes de tiempo. Vivimos en una crisis, no en una nueva normalidad. Pero si esta expresión se impone una y otra vez en el uso cotidiano quizás sea porque hay algo que necesita con urgencia ser nombrado, algo que la crisis sacó a la luz, a saber: las entrañas mismas de la normalidad en la que ya vivíamos.
Es mi creencia que cuando hablamos de “nueva normalidad” en realidad estamos aludiendo a todas esas prácticas y situaciones que ya existían antes de la pandemia pero que, con el advenimiento de esta última, se pusieron de manifiesto agravándose, acelerándose o recrudeciéndose, según fuera el caso. En el presente texto quisiera exponer entonces tres puntos de nuestra antigua normalidad que, a mis ojos, brotaron violentamente hacia la superficie de nuestra atención a raíz de la crisis que vivimos; tres puntos que, por lo demás, atañen al campo de la educación. Quisiera además relacionar estos tres puntos con la experiencia editorial de Cuadernos de Pensamiento Colombiano, una publicación colectiva y de distribución gratuita editada por el Laboratorio Creativo de Santander, y que cuenta con la participación de los y las estudiantes de los cursos de filosofía que imparto en la UIS.
- Educación digital: democratización del saber.
El primer punto que la crisis puso de presente fue la base digital que estaba teniendo el conocimiento. Era un hecho evidente que el papel electrónico ya había reemplazado al papel impreso mucho antes de la pandemia, y no fue el confinamiento el que hizo notorio que una computadora del tamaño de un escritorio podía perfectamente hacer las veces de una biblioteca del tamaño de un edificio. Lo que sí puso de presente la crisis fue el atraso que venía experimentando la educación digital en Colombia, dolorosamente representado en los casos de la ruralidad colombiana. El acceso a internet a través de un dispositivo electrónico supone una democratización del conocimiento por cuanto internet aún guarda ciertas características de sus mejores épocas: descentralización de la información, cierta privacidad de navegación, acceso gratuito a contenidos. Sabemos, no obstante, que estas características están perdiéndose de forma acelerada y drástica en la misma medida en que la entrada de la educación digital a los jóvenes se hace a través de programas pedagógicos institucionalizados, con registro de licencias, con acceso limitado a bases de datos, etc. En el caso de Colombia este balance es muy difícil porque si bien el atraso tecnológico urge soluciones efectivas y rápidas que amplíen el acceso, mucha de la pedagogía y uso que se le está dando a las herramientas digitales fomentan esta visión empobrecida, simplificada y altamente burocratizada de internet: los botones grandes y coloridos de Microsoft, Google y Facebook seguirán ocultando la letra diminuta en la cual nos cuentan que al utilizar sus servicios cedemos toda nuestra privacidad.
Teniendo en cuenta lo anterior, Cuadernos de pensamiento colombiano nace como una publicación que cree en la necesidad del libre acceso y circulación de material del conocimiento en internet y por eso apostó por utilizar la política de los derechos abiertos Creative Commons. La idea con ello es recordarle a los y las estudiantes la importancia de luchar por mantener internet gratuita, libre y democrática, por el mayor tiempo que sea posible.
- Existencia digital: la nueva percepción del tiempo.
El segundo punto que ya era una normalidad antes de la pandemia era nuestra existencia digital, evidenciada por la cantidad de tiempo y de importancia que le dábamos a nuestras redes sociales y en general al mundo de la distribución digital de contenidos que es internet. Esto ya era una realidad en los y las jóvenes dentro de las aulas de clase y cualquier docente puede comprobar que no se necesitó una pandemia para que la atención del estudiante ya estuviera diezmada por su relación compulsiva con el celular. De hecho, lo único que hizo la pandemia fue acelerar y favorecer un proceso que por lo demás era el paso natural para enfrentar este problema: en lugar de luchar con gritos o maromas para que los estudiantes alzaran la mirada de sus celulares, el profesor o la profesora debía migrar hacia las pantallas, único movimiento táctico que mantenía a los docentes dentro de una batalla que las redes sociales y su extrema seducción ya habían ganado. Hoy las clases son una ventana más que el estudiante administra entre otras, lo cual genera un ambiente de responsabilidad y autonomía para los y las estudiantes, que a mis ojos supone un reto interesante más que una desventaja pedagógica. Lo que sí es una realidad compleja son las consecuencias actitudinales y existenciales que el uso compulsivo de aparatos electrónicos ha ido dejando en nuestro cerebro, nuestra atención y nuestra personalidad.
Tener acceso a internet significa no estar solos, significa estar siempre disponibles y en una comunicación constante. Las redes sociales existen como fuentes inagotables de contenido que permiten que la persona siempre tenga algo nuevo para ver, que siempre haya algo nuevo de qué enterarse. Esto hace que nuestra relación con el tiempo cambie, que nuestra tolerancia al aburrimiento (ese tiempo en donde se siente que nada pasa) sea casi nula. La atención, cuando ida, no necesita ni esforzarse para concentrarse ni escaparse en la imaginación: pues si algo saben atrapar las redes sociales en la metáfora de su nombre es la atención humana. Nuestra relación con el tiempo ya había cambiado antes de la pandemia, ahora solo se hizo más acelerada y evidente.
Esto tiene consecuencias sociales importantes en la manera como concebimos la historia, como concebimos los acontecimientos, como concebimos el suceder de lo real. En esto la iniciativa de Cuadernos no puede más sino ser cómplice y aspirar a lo sumo a que, desde las aulas, los y las estudiantes hagan un poco más consciente su ejercicio como creadores (y consumidores) de contenidos. Lo único que matiza esta complicidad es pedirles que no olviden sus entornos “reales”, lo que ocurre al margen de la virtualidad, su cuerpo, sus propias preguntas. Pero este punto es complejo y delicado y aquí, más que en ningún otro aspecto, es donde menos tenemos idea de cómo se va a ver “la normalidad” de la humanidad digital en unos cuantos años.
- Capitalismo digital: el problema del nihilismo.
El último punto es el del capitalismo digital y el problema del nihilismo. De ambos me he referido en los sendos prólogos que acompañan a los Cuadernos y por eso no quisiera extenderme demasiado repitiendo las mismas ideas. Lo único que vale la pena repetir es que el capitalismo ha encontrado la manera de sobrevivir en el mundo digital y prueba de ello es que hoy en día todos y todas trabajamos para empresas privadas que roban nuestra fuerza de trabajo a cambio de los estímulos a los cuales ellas mismas nos han vuelto adictos (similar a cuando las fábricas les pagaban a sus empleados con bonos que debían gastar en productos que ellos mismos producían). El mundo digital ha permitido que la acumulación del capital en manos de unos poquísimos individuos adquiera una forma sorprendentemente más desigual que cuando la acumulación se efectuaba con papel moneda u oro; ahora la acumulación de datos es la nueva forma del poder. Quienes sean los dueños de los datos que los usuarios de internet estamos regalando minuto a minuto serán los dueños de los medios de producción, ya no solo de mercancías sino de las posibilidades humanas de cara, por ejemplo, al calentamiento global, a la pobreza, a la inteligencia artificial, o a las futuras crisis sanitarias a las que estemos expuestos.
En un mundo nihilista como el actual, un mundo que vive en medio de la muerte de dios y la muerte de los grandes relatos de sentido y, en consecuencia, un mundo donde nadie tiene claro cuál es el sentido o valor de la existencia, es muy delicado que el capitalismo sea tan poderoso pues enajenar a las personas de su capacidad de acción, vivificada en su trabajo, es enajenarlas de su capacidad para crear sentido. De allí que la apuesta principal de Cuadernos sea la de repensar qué forma debe tener la práctica o el quehacer de la filosofía, y no en términos elevados de una reflexión abstracta, sino en términos reales, materiales y concretos de cómo puedo ganarme la vida siendo filósofo y filósofa sin que al hacerlo la vida se me diluya en un trabajo monótono, o en una competencia académica despreciable y mezquina, o en una frágil burbuja que flota sobre una densa realidad social constantemente a punto de estallar. Conscientes de la importancia de recuperar el sentido desde las prácticas cotidianas, desde el reconocimiento del otro y del territorio, del comunitarismo y el servicio (pero no en nombre de los grandes ideales que siempre van con mayúscula: la Justicia, el Pueblo, etc.), Cuadernos invita al o la estudiante a redescubrir el entorno que la misma pandemia nos puso delante: la familia, la casa, la comida, el barrio, nuestra soledad, nuestra fragilidad, nuestra fuerza. La idea entonces es que el filósofo o filósofa pueda desde allí convertirse en un agente de cambio y encuentre la forma de generar una vida con sentido, el reto acaso más urgente de la educación en tiempos de crisis.
SOBRE EL AUTOR:
Carlos Ulloa Rivero es filósofo y docente. También hace música con la banda Monte, y acaba de publicar Moiras, un libro de poesía filosófica con el Laboratorio Creativo de Santander, del cual hace parte.